El sistema
financiero, con la complicidad de los estados alcahuetas, ha encontrado en el
sueño del techo propio una de los “nichos de mercado” para enriquecerse por
cuenta de las familias de clase media a través de créditos hipotecarios
otorgados sobre capitales indexados. Esta demostrado que para que nuestros
hijos sean productivos y triunfen en el Siglo XXI hay que incorporarles,
carácter, valores, habilidades de relaciones interpersonales, idiomas,
creatividad, habilidades para manejar computadores e interconectarse con la
aldea virtual y no casas propias al debe.
Es equivocado pensar que los
planes de financiación de vivienda a 15 y hasta 30 años, están diseñados para
favorecer a las familias con cuotas más cómodas cuando en realidad se elaboran
para aprovechar abusivamente y al máximo la vida útil productiva del deudor,
que deslumbrado con la ilusión de “la casa propia”, se compromete por lustros y
décadas con obligaciones que terminan dinamitando su calidad de vida y
expoliando el fruto de años de ahorro y trabajo.
Si su deseo es tener casa
propia, piense en adquirirla de contado, o levantarla con sus propias manos,
sobre el primer piso de la casa paterna o de los suegros, (como sabiamente lo
hacen millares de latinos en los barrios populares) con base en un plan de
ahorro programado o mediante proyectos de economía cooperativa. Al acostarse
por las noches usted estará sobre su propio piso. Una casa adquirida con
crédito hipotecario solo es suya el día que termina de pagar la última cuota de
amortización.
Junto con mi
esposa tenemos claro que es mas importante dejarle a nuestras hijas dones,
talentos, habilidades y destrezas que casas propias. De hecho no tenemos casa
propia, pero nuestras hijas han recibido una muy buena educación secundaria
bilingüe (ingles) universitaria. Las dos (Marcela (26) y Mónica (23) tienen computadores
fijos y portátiles con tecnología y programas de punta. La mayor esta
aprendiendo francés y la menor italiano.
Una vez que
Mónica termine su educación superior nos pondremos (para entonces tendremos 55
años) a pensar en como comprar una casa propia, de contado. Tenemos decidido
que no sera una casa nueva, ahorraremos y buscaremos una buena oportunidad
inmobiliaria.
Nosotros, Madeleine y Mario,
crecimos en hogares en los que nuestros padres fueron pagadores financiados de
tiempo completo; nos inculcaron con mucho énfasis que la “casa propia”, era la
máxima realización de un matrimonio. “El que se casa, casa quiere”, repetían
con insistencia. Desde luego lo creímos, y tan pronto como fue posible, lo
pusimos en práctica.
En diferentes momentos de
nuestros 24 años de casados, hemos tenido tres casas propias. Hoy, y desde
1998, no tenemos casa propia (la última propiedad debimos entregarla en dación
de pago, para cubrir parcialmente nuestras deudas) y ocupamos en alquiler un
confortable apartamento. Debemos confesar amigo lector, que estos han sido los
mejores años de nuestra vida en familia; no sólo porque aceptamos a Jesús como Señor y Salvador y como luz que
guía nuestras vidas, sino también como consecuencia de aplicar los principios
de sanidad financiera que compartimos con usted en este libro.
Actualmente damos prioridad
a las transacciones de contado y privilegiamos el ahorro como base de nuestra
economía familiar; hemos bajado del pedestal al sistema financiero en todas sus
manifestaciones.
Nuestra prioridad ya no es
tener casa propia, y mucho menos con financiación de largo plazo; consideramos
que no es inteligente, dedicar el esfuerzo de nuestro trabajo a la amortización
de obligaciones sobre activos fijos improductivos.
Amigo lector: Oramos por
usted y su familia, para que encuentren utilidad en este libro, bendiciéndolos
y deseándoles prosperidad.
COAUTORIA:
Muchos (casi todos) los contenidos de este blog son escritos a cuatro ojos y manos
y a dos corazones con mi esposa Madeleine. Lo que aquí compartimos tiene el
respaldo de nuestras propias cicatrices. Los consejos y reflexiones que aquí
planteamos no tienen la pretensión de ser recetas, ni tienen tintes de delirios
mesiánicos: son los meros pensamientos de una pareja que, como casi todas, rema en un mar hostil, pero que no cree en
los faros de la sociedad de consumo.
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