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19 abr 2012

Decima mentira: Los bancos desregularizados generan riqueza:


Permítame apreciado lector reproducir la columna “NOBEL AL REPUDIO FINANCIERO” del abogado y prestigioso profesor universitario de Derecho Financiero, Rafael Rodríguez-Jaraba, publicada en el periodico El País, de Cali, el 4 de noviembre del 2006. Difícil encontrar un escrito más certero y lapidario en relación con esta décima y última mentira:


               “NOBEL AL REPUDIO FINANCIERO”

Nada difícil resulta interpretar la entrega del Premio Nóbel de Paz a Mamad Yunus, creador del Grameen Bank, como una señal inequívoca del repudio que produce la desatención de las necesidades de crédito de la población más vulnerable por parte de las instituciones financieras en los países del tercer mundo.

Premiar al Grameen Bank por desarrollar un negocio que arroja moderados márgenes, que le permiten efectuar operaciones activas de microcrédito con cerca de seis millones de usuarios pobres, no debería ser motivo suficiente para otorgar un galardón tan señalado como el Nóbel.

El otorgamiento de microcréditos es una necesidad cierta y sentida, que no debería ser excepcional ni meritoria, ni servir de catapulta política o ser objeto de despliegues de sensiblería humanitaria.

Otorgar microcréditos para apalancar pequeños proyectos productivos es determinante para promover el progreso social.  No hacerlo, en cambio, es desatender el cumplimiento de un mandato legal que resulta fundamental para promover oportunidades de progreso.

Lo que si puede resultar meritorio es  destinar un capital para irrigar crédito a los sectores desatendidos por la banca     formal y, más meritorio aún, reinvertir las jugosas ganancias aumentando el capital disponible y la cobertura del servicio a más personas necesitadas.

Por eso, no es aventurado inferir que el Comité Nóbel Noruego interpretó el malestar generalizado de la población ante el abuso de la posición dominante y, en ocasiones, colusoria que ejercen los agentes del mercado financiero y con el otorgamiento del Premio Nóbel hizo un claro llamado de atención a banqueros y gobiernos.

Pocas cosas le producen tanto malestar a la opinión pública como examinar mes a mes los siderales rendimientos que obtiene el sistema financiero, en buena medida producto de la tolerancia estatal que permite el cobro de servicios caros y el usufructo de márgenes de intermediación exorbitantes por la prestación de un servicio público básico para afianzar el desarrollo.  Estas utilidades son obtenidas como resultado de la necesidad de las empresas de valerse del sistema financiero para dar formalidad a la administración de sus negocios.

Si bien el desarrollo requiere de un sistema financiero sólido y sostenible, la intermediación no debe ser el mejor negocio y de serlo se convierte en una actividad lesiva a la productividad, que “desbancariza” lo población, agobia al sector real, desestímula la inversión y concentra malamente la riqueza.

El estado debe ser respetuoso del mercado, pero no debe tolerar prácticas abusivas que envilecen la economía.  En Colombia, el mercado financiero está desbordado, pero el Estado no lo reconoce y por temor a mostrarse intervencionista termina siendo complaciente con sus abusos.
En la mayoría de los bancos, las quejas son inefables, la mala atención inadmisible y los cobros abusivos una constante.  Las autoridades financieras insisten en la autorregulación, pero la aplicación de estos instrumentos no produce mejoras, los abusos se perpetúan y están acostumbrando a los usuarios a la indefensión y la resignación.

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